¿Sabes algo? Me encantaría saber cuándo y por qué nos acostumbramos a afirmar más que a preguntar. En qué momento de nuestra historia dedujimos que una respuesta empaquetada, prefabricada -como esos productos que adquirimos en el súper bajo el término de “alimentos” y que, en verdad, carecen de nutrientes y apenas sofocan el hambre-, era mejor que una pregunta inteligente, una pregunta poderosa.
La comunicación eficaz necesita sostenerse en preguntas, algo que ya explicó Sócrates en el siglo cuarto a.c. al advertir que “si llegásemos a interrogar a las personas con buenas preguntas, podríamos llegar a descubrir la verdad de las cosas”. A lo mejor no nos interesa la verdad, sino la razón… mejor dicho: sentir que llevamos la razón.
Vivimos en un mundo de comunicación frenética, donde se priman las respuestas rápidas. Pensar antes de hablar no está bien visto.
Dar sensación de dudar, o de que no sabemos algo, resulta negativo. Si no respondemos de inmediato parecemos tontos, con poca agilidad mental, cuando en realidad los listos son quienes se paran a meditar la respuesta idónea o la más conveniente, o bien la pregunta que les ha inspirado lo que acaban de escuchar y que les permitirá ir al fondo de las cosas.
Hace tiempo aprendí que la velocidad va en detrimento de la profundidad. No es fácil entenderlo, y toca darte algún que otro traspiés.
Si queremos tener razón solo alcanzaremos cierto dominio de una situación, lo que quizá refuerza un poco nuestra autoestima, pero nunca un dominio del tema que estamos tratando. En cambio, da la sensación de que cuanto más rápido hablemos y actuemos, mayor es nuestro conocimiento. Hablamos mucho, pero nos involucramos poco.
En descarga diré que la nuestra no es una sociedad que eduque al alumno para las preguntas.
Hace unos días impartí una charla en el “Aula de Padres” de la Institución Educativa SEK, donde expliqué a los padres lo necesario que es mantener viva la curiosidad en sus hijos e hijas para que alcancen la edad adulta con seguridad, confianza y sin miedo ante la incertidumbre que nos depara el destino. Los niños y niñas que utilizan la curiosidad como motor del aprendizaje serán adultos que innovan, crean y lideran desde un modelo de liderazgo empático.
El pudor hacia la pregunta nos hace sentirla como una intromisión en la vida de la otra persona. “Preguntar no es ofender” recoge nuestro refranero, admitiendo en la frase la incomodidad del cliché que habita en la práctica de preguntar.
Estas son algunas de las confesiones que he ido recopilando en mis talleres de motivación y liderazgo:
Pregunta poderosa es aquella que te permite diagnosticar una situación desde todos los ángulos posibles, visualizar la solución e impulsar a la acción. La buena noticia es que estas habilidades de comunicación se aprenden: el objetivo de cómo hacer preguntas poderosas es alcanzable, eso sí tras cierto conocimiento y una practica voluntariosa y constante.
Un primer paso sería iniciar un diálogo interior donde preguntarnos y respondernos, sin temor al juicio ajeno.
Activar las preguntas en la empresa también es crucial, por ello denomino “Liderazgo Curioso” al modelo de comunicación y liderazgo de aquellos líderes que intercambian preguntas con sus equipos a fin de lograr una resolución consensuada de los problemas, al tiempo de ejercitar la escucha activa en las respuestas.
Los líderes comparten las decisiones y los miembros de su equipo se sienten reconocidos y valorados. Una táctica interesante pasa por hacer las mismas preguntas a diferentes personas que, eso sí, no escuchan las respuestas de los demás a fin de obtener la visión desde la mayoría de los ángulos posibles sobre el asunto en cuestión.
Como decía Einstein el secreto no es buscar respuestas nuevas a viejas preguntas, sino hacernos nuevas preguntas que den con nuevos caminos.
Cuando hacemos buenas preguntas, preguntas poderosas, la otra persona siente que estamos mostrando un interés auténtico por ella, le damos valor, ponemos el foco sobre su opinión.
Así reforzamos su autoconfianza, pues siente que puede expresarse, y la seguridad en sus ideas; estimulamos su ingenio, su imaginación, su capacidad discursiva y de razonamiento. Creamos un ambiente propicio donde crezcan las preguntas, en lugar de buscar una respuesta rápida y precipitada.
Cuando se formulan preguntas se alimenta la reflexión en torno a ellas, y aprendemos a aceptar, tolerar y entender puntos de vista diferentes a los nuestros. Y, junto a ello, los ritmos de una conversación: cuándo hablar, cuándo escuchar, cuándo pensar…
A pesar de todas estas ventajas, tengo la sensación de que las personas coleccionan preguntas que nunca usan, las guardan en su cabeza y no las utilizan.
Las preguntas poderosas son la puerta a la indagación, la exploración y el descubrimiento. La pregunta poderosa atrae la innovación a la empresa, pues no solo aporta información para resolver un problema presente, sino que adelanta los que podrían aparecer en el futuro.
Curso de Liderazgo Curioso
Si quieres cambiar esta dinámica tan poco alentadora, estos son mis consejos:
Verás que el arte de preguntar es toda una estrategia, y dominarla un reto a tu intelecto y a tu ingenio. ¡Adelante!