Siempre me ha gustado Jane Fonda. Porque parecía ir a contracorriente lo que en Hollywood, y siendo hija de quien era, costaba lo suyo; por su atractiva mezcla de seguridad y fragilidad; por defender causas sin impostura, y sí, por qué no, también admiraba que sus 50 fueran los 30 de otras, sus 60 los 40 y con 80 años a la vuelta de la esquina se permita declarar que “el mejor sexo se da a los 70”. Y eso que su carcasa de mujer sin edad esconde un cuerpo rehecho a pedazos: prótesis en la rodilla, la cadera, mil dolores en cada articulación… Cicatrices que convertirían la práctica sexual en algo meritorio.
Hace poco leí que había roto con su última pareja y enseguida recordé cómo ella alababa la habilidad de su amante septuagenario que, según Jane, se lo montaba de cine. ¿Te extraña? A mí no.
¿De dónde procede la creencia de que el sexo se acaba como si fuese un pozo de agua con reservas limitadas? Una cosa es que alguien prescinda de él voluntariamente y otra sentirse obligado a ello. Verdad número 1: el sexo no te apea de él, eres tú quien se aleja, a veces, por ignorancia. Otras por bobos prejuicios y tabúes. Cierto que la atracción entre las personas interacciona en un doble plano: el físico y el químico. Así, hombres con dificultades para mantener una erección con su pareja habitual, de pronto conocen a alguien y parecen adolescentes. O mujeres que sufren sequedad vaginal lubrican mejor que a los veinte colando en su cama a un nuevo amante. Vale, sí, la novedad es un estimulante brutal. También en una pareja estable porque la mente puede cambiar la rutina y fabular nuevos escenarios.
Admitimos la importancia del factor físico, lo que no implica que a todos nos atraiga el mismo ideal de belleza. A Jane Fonda le encantaba Richard Perry, a otras Robert Redford –cumplidos los 80-, y al resto su Pepe o su Juan. Pero que nadie olvide que el sexo es química. Me fascina escuchar a la antropóloga Helen Fisher narrando cómo se activa el mismo área del cerebro que al contemplar un chuletón si estamos hambrientos.
¿Por qué aceptamos el componente físico sin reparos y, en cambio, recelamos del químico? En una entrevista Jane Fonda admitía estar tomando testosterona, lo que facilitaba “una etapa de mucha actividad sexual”; imagino que estaría tratándose con THS –terapia hormonal sustitutiva-, un cocktail hormonal a base de estrógenos y progesterona, al que su médico añadiría la hormona masculina, sumando los beneficios de ambas. Y supongo que su pareja respondería porque en el hombre las ganas se evidencian, aunque el “gatillazo” no lo provoque solo una pérdida de ellas. No entiendo que un hombre se conforme con sufrir problemas de erección aduciendo que “esas cosas” suceden por la edad, al igual que no comprendo que una mujer admita dificultades en el coito o falta de deseo, como un peaje de cumplir años. Y menos aún que no lo pongan en común durante sus conversaciones íntimas, ni se apoyen uno a otro, máxime cuando ella es la mejor ayuda en un episodio de DE, pues detecta, conforta e incluso busca la solución antes que su pareja masculina.
Carece de sentido que la ciencia nos diga que llegaremos los cien años y no tratar de prolongar nuestra vida activa en todos los frentes.
Buscando datos para una próxima charla me he topado con una web (www.avecesnospasa.com) que aborda la disfunción eréctil con claridad y en ella he descubierto tanto la existencia de una crema de aplicación tópica para tratarla –un hallazgo, y yo que pensaba que solo había tratamientos orales -, como un decálogo para llevar el Happy Aging a tu vida, pasando por el “sexo de reencuentro” de las parejas maduras. Échala un vistazo, está genial.
Recuerdo que la bióloga Mónica de la Fuente, en una entrevista en La Observadora (RNE), me contó que “empezamos a envejecer a los 18 años y a partir de ahí somos responsables de cómo mantenemos nuestra salud”. Y en otra búsqueda en la red el gerontólogo más revolucionario del planeta asegura que “La vejez se puede reparar. Podemos vivir 200 años”. Lo dice él, que tiene 51, su pareja 70 y se sienten como si tuvieran 30.
Verdad número 2: la ciencia está para ayudarnos.
Yo tomo melatonina cada noche –hormona natural que produce la glándula pineal y ordena mi sueño-; y cada mañana colágeno, ácido hialurónico y antioxidantes. Boldo y cardo mariano. No desconfío de esa “química” que es mi aliada. Nunca he fumado, raramente ingiero alcohol, digo no al azúcar y a los alimentos procesados. Practico ejercicio –menos del que desearía- y algo de meditación –quiero más, mucho más-. Leo, escribo y sigo estudiando. Sonrío, siempre, porque vivir es un regalo a pesar de los tropiezos, las pérdidas, las decepciones y las puertas cerradas. Y amo. AMO porque es la emoción más humana y el sentimiento más enriquecedor que conozco.
No sé si te sirve mi confesión, ni si te estimula a intentar algo parecido. Ignoro si llegaré a los 100 años o el destino me tiene reservado un camino alternativo; pero en lo que realizo me mueve un Happy Aging poderoso.
Seguro que Jane Fonda volverá a enamorarse, porque la vida no se para por cumplir años.