Siempre que debemos tomar una decisión importante sentimos tantas ganas de saltar como de salir corriendo, y esto tiende a crearnos remordimientos. ¿Por qué no somos lo suficientemente seguros para afrontar el reto sin mirar atrás?, nos preguntamos. ¿Por qué no nos permitimos dudar? Porque entendemos que la indecisión, tomarnos el tiempo para dirimir entre dos opciones denota debilidad.
Admito que a veces no me permito la duda y soy capaz de pasar del blanco al negro en un suspiro. Lo mismo un día de lluvia no saco el pie del umbral que me lanzo al aguacero sin paraguas, las prisas me hacen actuar así: sin pararme a reflexionar. En el día a día termino siguiendo una escaleta mental –vicios contagiados por la tele- antes de salir de casa y siento que la previsión de cada materia –ducha y crema diez minutos, cepillarme el pelo y atarme la coleta cinco, vestirme siete, prepararme el zumo de frutas seis… ¡Oh, no, horror! Toca pelar la piña y ahí tardaré otro más… Pero, ¿vas a salir con ese careto? Por lo menos, máscara de pestañas y colorete: otros tres minutos- se me va de las manos y entonces asumo que llegaré tarde. Odio ser impuntual y cuanto más me retraso más me indigno, lo que me demora todavía más. Un día leí que la impuntualidad es un síndrome ubicado en el cerebro y posee una explicación neuronal pero esto apenas me consuela.
Por suerte voy aprendiendo a valorar la duda. Añadir vacilación a la vida entraña sus ventajas, siempre y cuando dudar no implique inación ni inmovilismo sino que aluda al plazo necesario para tomar la dirección correcta. En ese sentido la sabiduría de los años aleja de las certezas y acerca a la indecisión, ya no solo porque seamos conscientes del dilema en sí sino porque habremos compendiando más pros y contras.
Tomarse un tiempo para decidir no denota inseguridad sino fortaleza en uno mismo, fe en la capacidad para alcanzar la solución idónea. De este modo nos ahorraríamos ciertos errores inducidos por la precipitación y por supuesto la necesidad de corregir después: “Me he equivocado, lo siento mucho. No volverá a ocurrir”. La gama de los grises es más rica de lo que creemos.
Cualquier reto implica un primer paso tormentoso que aventura al final un mar tranquilo. Como siempre el cambio de óptica nos aleja del azaroso cortoplacismo para situarnos en lo que está por llegar, por tanto no miremos aquello que pisan nuestros pies en este momento sino todo lo que podrían volar si avanzamos en nuestro camino. Claro está que también puedes sentarte a contemplar el paisaje. Es tu elección. Y eres libre de dudar.