Si tuviera la fórmula de la felicidad –como la de la Coca-Cola– ten por seguro que se me subiría a la cabeza, tanto que en lugar de escribir este post, la patentaría.
Hoy entra la primavera en el calendario y este también nos recuerda que celebramos el Día Internacional de la Felicidad y, cosa extraña, no desde hace mucho: en 2013 la ONU instauró la fecha para reconocer el papel que tiene en nuestra vida.
Ahí llega mi duda, ¿la felicidad es un sentimiento y, por tanto, puntual y efímero o un estado “aspiracional” que trataremos de perpetuar en el tiempo?
Para respondernos es importante no confundir felicidad con alegría.
Desde que el homínido paso a ser hombre se pregunta qué es la felicidad y cómo obtenerla. Es decir, desde que discurrimos sobre nuestra esencia filosofando a través de la palabra. Apenas las necesidades básicas -las fisiológicas de la Pirámide de Maslow- están cubiertas, ya podemos sentir la felicidad. ¿Cómo no vamos a sentirnos felices si estamos muertos de hambre y encontramos huevos para una tortilla? Otra cosa resulta del análisis de esa sensación tan placentera en la que todo ser humano querría instalarse de por vida.
Sin embargo apenas satisfacemos una necesidad surge otra, y otra, y la siguiente, en una anhelante cadena de exigencias que tenemos que cubrir para ser felices. Si detectas esto en tu vida, ahí es cuando tienes que pararte.
Me gustaría que estas líneas te llevaran a pensar, solo pensar, porque no poseo la receta mágica, cierto es, pero si puedo estimularte a que encuentres la tuya.
Te he situado frente al espejo de las necesidades porque ese es el nombre que, a veces, damos a nuestros sentimientos de forma errónea: pedimos creyendo que, de verdad, necesitamos. Decimos “necesito que tú me hagas caso” cuando en realidad tu necesidad es de comprensión. Entender de forma íntima y reflexiva tus necesidades representa un buen primer paso en el camino que empiezas a andar.
A estas alturas ya sabemos que existe un componente genético en la gente feliz que les predispone a serlo –lo recogía la revista Nature en un artículo de abril de 2016-, pero mientras no sepamos si llevamos o no el gen de la felicidad dentro es una responsabilidad individual trabajar para alcanzarla.
Esta no es mi receta, pero sí mi hoja de ruta. La comparto contigo por si te sirve de ayuda. Tómala como un pequeño obsequio que puedes compartir tantas veces quieras con las personas que crees que la necesitan. Ellas te lo agradecerán y yo también, porque cooperar y comunicar son mis catalizadores para activarme.