En una ocasión, mi buen amigo Ángel Bonet, me confesó que el miedo al futuro que detectaba en las personas cuando les hablaba de los profundos cambios que se producirían en sus vidas tras la llegada de la tecnología, les impedía saber. Algo en su interior bloqueaba la llegada de información y preferían seguir ciegos. Esa clase de persona quizá supone que lo que no se conoce no existe, pero tú y yo sabemos que se trata de una falacia. El cambio es real y resistirse a él, inútil.
Recuerdo aquella conversación en que Ángel me habló del miedo al futuro de quienes pensaban que sus empleos o sus competencias se verían afectadas por la disrupción tecnológica -porque sus tareas podían llegar a ser desempeñadas por una máquina-, y pienso en cómo se sentirán ahora que un minúsculo virus ha golpeado a la humanidad.
¿Crees que siempre hay un frente que no controlas dispuesto a “amargarte” la vida? ¿Que es difícil frenar el miedo al futuro y aprender a gestionarlo… casi imposible? Si defiendes esta opinión es que aún no has descubierto el placer de lo inesperado.
Pocas situaciones nos ayudan a entender el miedo que despierta la incertidumbre como la Covid-19. Durante el Homenaje de Estado a las víctimas del coronavirus celebrado en España el 16 de julio Aroa López, enfermera del Hospital Vall d’Hebrón, leyó un emotivo discurso en representación del personal sanitario.
Recuerdo escucharla emocionada y también entender esa clase de miedo cuando la periodista de TVE le preguntó: “¿Qué fue lo peor de aquellos días? ¿Carecer de la protección adecuada, el contagio, la muerte alrededor, no poder ayudar a los enfermos?”, a lo que ella respondió: “Lo peor era la incertidumbre de no saber a qué nos estábamos enfrentando”.
Salvo ejemplos puntuales, y casi siempre temerarios, el humano contempla el futuro con miedo. Lo llamamos miedo, pero es una mezcla de temor, agobio, desasosiego, angustia, dudas, desorden, desconfianza…
Todos ellos emociones y sentimientos turbadores que, en realidad, no son intrínsecos a la incertidumbre pues ella, literalmente, no es más que falta de certidumbre. Y bien mirado eso es el pan nuestro de cada día, porque nada es cien por cien predecible. ¿O acaso tenemos certeza de algo en nuestra vida?
La gestión del miedo es parte del crecimiento personal que tarde o temprano tendremos que realizar las personas; pero no solo los individuos: la gestión del miedo empresarial es el gran indicador de la supervivencia o no la organización.
Aquellas personas que aceptan que nada es perdurable, que todo cambia en un chasquear de dedos, sobrellevarán sin mayores consecuencias cada avatar de sus vidas, al igual que las empresas flexibles y con capacidad de innovación y creatividad sobrevivirán en escenarios inciertos.
Nuestra resistencia al cambio dificulta aceptar lo efímero y la fragilidad de nuestra existencia; por eso nos aferramos a unas ilusorias certezas con tal de no tener que enfrentarnos a un cambio impredecible. Pero la vida es flujo, cambio, sorpresa, novedad… incertidumbre.
Tras esta resistencia está no solo la desazón que nos provoca no poder alcanzar un mínimo de certidumbre, también el hecho de no controlar.
Suelo preguntar en mis formaciones qué preocupa más a mis alumnos y alumnas: que aquello que está por llegar sea desconocido o que lo que llegue les desbarate la vida. No suelen ponerse de acuerdo.
Tras realizar una formación en la Cámara de Comercio de Madrid para despertar las habilidades blandas en el grupo y de forma muy especial su curiosidad como herramienta para gestionar el miedo, cada uno/a ha reconocido a su manera que ese incierto futuro le despertaba más miedo que esperanza.
Pesadumbre es lo que provoca la rutina. La sensación de que cada día es igual al otro, y no existe salida capaz de catapultar esa desidia. Depak Chopra, el gran maestro espiritual y promotor de la meditación, solía decir que se despertaba con la esperanza de que ese día fuese aún más incierto que el anterior. Magnífica reflexión. No hay en ella miedo al futuro y sí una alegría intrínseca, las mejores expectativas respecto de lo que lo desconocido regalará a cada persona.
Me gusta ese cambio de paradigma. No es fácil de activar, y menos aún de convertirlo en una semilla que prenda en nuestra cabeza y de ahí, a nuestro corazón. Al mismo tiempo intuyo que es el único camino para evitar el innecesario sufrimiento que provoca el miedo al futuro.
Cuando dejamos de resistirnos al cambio, cuando desarrollamos la curiosidad para detectar qué podemos ofrecer y aprender de esa nueva circunstancia, cuando desarrollamos la creatividad como un arma de vida -personal y profesional- comprendemos que es imposible conocer todas las respuestas, pero que hay un enorme placer en inspirar las preguntas.
No hay luz sin sombra. No existe el miedo sin curiosidad hacia él. Pero no pueden compartir el mismo espacio, por eso la curiosidad es el mejor antídoto, la vacuna perfecta para nuestro miedo al futuro. De nosotros y nosotras depende a cuál de los dos damos más poder y espacio en nuestras vidas.