Escribir no es solo inventar mundos paralelos sino convertirse en notario de lo que ocurre. En el Día de las Escritoras toca emplearse, así que ahí voy.
Anoche vi “OT. El reencuentro” en el móvil mientras deshacía la maleta, anotaba tareas y me aplicaba una mascarilla en el pelo. Podría haberlo hecho preparando croquetas o spinning porque la tele no es la hace quince años, de hecho en la tablet he devorado “Narcos”, “Stranger Things” y me he enganchado a una serie argentina muy bestia que os recomiendo: “El marginal”. Ahora ver la televisión es un ejercicio de onanismo: disfrutas sola, cuando quieres y a tu ritmo.
No somos los mismos. Ni tú ni yo. Ni ellos, por supuesto. Ojeo mis fotos y me digo guau qué cuatro pelos más bien puestos -porque he de reconocer que Pepa Navarro marcó escuela con mi corte- pero hasta yo me encuentro una pipiola. Aquel 16 de octubre de 2001 parecía una niña con zapatos nuevos pues días antes acababa de publicar mi primer libro –“Hombres, Modo de empleo”-, un ensayo sin más pretensiones que responderme a mil cuestiones sin solución; nada presagiaría –por más que lo anhelara- un futuro en la ficción que espero me conduzca muy lejos. Todavía interviú no me había arrollado, ni aquel “Tal como somos” que hasta 2002 no existía más que en las mentes de quienes visualizaron que Castilla La Mancha era una comunidad de primera que se debía así misma una televisión.
Aquel programa, referente en las teles autonómicas -algunas lo adaptaron con éxito desigual-, sigue siendo el programa de mi vida, pero no por sus nueve años en antena o sus datos de audiencia, sino porque crecimos juntos y nos fundimos de un modo tan perverso que resultó difícil de emular. Por él pasaron ellos. Todos. Cantaron, conversaron, rieron, lloraron… Los “triunfitos” me regalaron joyas en el sofá de “Tal como somos”. Quienes seguíais el programa lo recordaréis bien. Eso ha permitido que al rencontrarnos a algunos les abrace con cariño, como a Natalia o a Busta. Como comparto la fuerza de Laura, mujer siempre a contracorriente.
El éxito de aquellos chavales fue la verdad, no tanto su inocencia. Claro que jugaban en una liga desconocida y eso facilitó su total entrega, porque si hubiesen contemplado el futuro por el ojo de una cerradura el miedo les hubiera paralizado. La virginidad del primer amor entraña una belleza que jamás volverá a repetirse. El tiempo del esplendor sobre la hierba.
A la verdad se llega desde varios caminos muy cortos, rectos y fácilmente practicables. Uno importante es el de la ingenuidad de la infancia, otro el de la madurez responsable y sabia. Lo más reconfortante del documental ha sido comprobar que en la mayoría de ellos sigue detectándose verdad, compatible con escatimarnos parte de sus heridas porque todos tenemos derecho a salvaguardarnos. Existe verdad al confesar el dolor del rechazo, la cara B del éxito, la amargura de no cumplir las expectativas del principio.
Ahora bien el nudo gordiano del programa estaba en otro foco, porque cualquier narración con ambiciones contempla en sus tramas una historia de amor. Y la de “OT. El reencuentro” es inapelable. Chenoa y Bisbal improvisaron una telenovela ante los ojos de una España que tarareaba su banda sonora. Ellos se escondían y la audiencia los destapaba, de modo que al final protagonizaron el edredoning más casto y romántico de la historia de la tele.
Para cuando salieron del armario el derrumbe era cuestión de tiempo. La suya fue la crónica de un desamor anunciado en horario de máxima audiencia. No concibo pareja capaz de sobrevivir a un huracán donde el crecimiento exponencial conduce a uno de ellos a la estratosfera del éxito mientras el otro cimenta el suyo como le consiente el destino. Eso es lo que se percibió anoche: la imposible intersección de dos universos, el de Bisbal y el de los mortales. Y en el centro de ese mundo real aguantaba heroica una Laura que ha cumplido 40 años bella y reivindicativa. El título de su último trabajo -“Soy humana”- parece visionario, un grito de humanidad frente a la impostura del estrellato. Su guerra contra el postureo dinamita los diques que ocultarían a una mujer lastimada tiempo atrás. No existe ningún amor roto que no duela.
Lo de anoche no era un programa de televisión, sino el melodrama de la vida. Ya me habría gustado a mí escribir un novelón así.