Visitar el puerto de Palos es un revoltijo de emociones para cualquiera. Para ti que vives en España. Para ti que habitas al otro lado del interminable océano Atlántico. Para ti que nos observas de cerca. Para ti que compartes la lengua de Cervantes… de Neruda.
«Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos”. Pablo Neruda.
Tal día como hoy, 3 de agosto, las tres carabelas partieron de allí con un destino incierto. Hace 524 años. Pocos indicios hacen pensar que ese trozo de tierra –comida a la marisma del Río Tinto- fuese hace algo más de cinco siglos un puerto próspero, en parte porque la vegetación y la superficie sólida han vencido al agua dejando poco espacio a la imaginación, y luego porque el municipio aventura un origen humilde y no presenta muchos vestigios de un pasado glorioso. De hecho hasta que los investigadores de la Universidad de Huelva no señalaron el lugar exacto se especulaba con varios a la hora de determinar de dónde habían partido las naves de Colón.
No sé si has visitado alguna vez Palos o las réplicas de las carabelas que alberga pero es una excursión absolutamente recomendable. Tuve la suerte de pisarlas hace unos meses y quiero compartir mi experiencia contigo.
Lo primero que llama la atención es su tamaño: son pequeñas, muy pequeñas. Olvídate de camarotes y demás habitáculos que hemos visto en la saga cinematográfica de “Piratas del Caribe”. Dormían hacinados, los más suertudos en un chinchorro colgado de las paredes de la nave, y el resto sobre la madera del casco. De superficie inestable y curva para poder eliminar el agua de cubierta, cuesta entender que los hombres de la tripulación pudieran mantenerse en pie durante la navegación, y más cómo ese caparazón de madera fue capaz de aguantar las envestidas de un océano imprevisible.
Los víveres –la mayoría salazones- se amontonaban bajo cubierta como muestra la imagen y la única que incorpora algo parecido a un camarote es la Santa María, donde iba Colón, pues en realidad se trata de una nao, es decir una embarcación de categoría superior y 36 metros de eslora, aunque el destino hizo que fuese la primera en sucumbir cuando encalló frente a las costas de Haití. La Pinta se construyó en los astilleros de Palos y la Niña en los de Moguer -tan reducidas ambas que ésta carece de castillo de proa-, mientras que hay discusión respecto de la Santa María, para algunos investigadores creada en Galicia.
El punto en que se encuentran las excavaciones de Palos permiten identifican los hornos –de gran envergadura entonces- y esbozar cierto diseño del lugar en 1492, convertido en una especie de aduana donde se recaudaban tributos reales, aparte de un puerto marítimo que albergaba una numerosísima flota.
No voy a relatar una historia que conocemos, pero sí lo emocionante que resultar comprobar la ambición de aquellos hombres en un escenario tan minúsculo y endeble. El progreso de la humanidad está jalonado de hazañas sin sentido que parecen conducir a ninguna parte. De obsesiones a contracorriente. De voluntades inquebrantables. Y lo que sucedió aquel 3 de agosto fue impulsado por una amalgama de tozudeces.
Hablar del descubrimiento en América escuece, es natural, pero os diré que recorrí las carabelas junto a un grupo formado por dos cubanos, dos argentinos, tres mexicanos, una venezolana y un puñado de españoles. De nosotros se apoderó un sentimiento de hermandad brutal: éramos parte de un pasado lleno de claroscuros pero sobre el que cimentábamos un colosal entendimiento. Lo hicimos en el seno del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, cuyo jurado oficial presidía, y entendíamos que juntos sumamos una fuerza imparable. La cultura une, no aleja. Nuestra lengua da alas, no lastra.
Mi fotografía junto a la extraordinaria Soledad Villamil -la actriz argentina que enamora en «El secreto de sus ojos»- sobre la cubierta de la Pinta habla del nexo invisible entre dos mujeres que comparten una raíz común.
Si nunca habéis visitado Huelva sabed que es una de las grandes desconocidas, por eso animaos a acercaros a ella –no solo a sus playas- y sentid la energía de la historia que guardan sus marismas, sus ruinas, su mar…
Una madrugada como la de hoy, Colón abandonó el Monasterio de la Rábida donde estuvo hospedado. Junto a la tripulación asistió a una misa en la iglesia de San Jorge y cruzando la Puerta de los Novios se dirigió al muelle para embarcar en tres naves llamadas a escribir la historia.