De hecho en la práctica nos sentiremos triunfador@s de acuerdo a los parámetros sociales del mismo. Es decir si para nuestro entorno se entiende por éxito ganar dinero, mucho dinero, o ser el CEO de tu compañía, en el caso de lograrlo te considerarás alguien “éxitos@”. En nuestro país hubo una época que el triunfo burgués consistía en un adosado, un perro en el jardín y un monovolumen en el garaje, además de veranear en el Caribe. En alguna sociedad el éxito femenino pasa por poseer un físico de concurso de belleza; y en la actualidad por contar miles de seguidores en las redes.
Recuerdo que en “Cómo ser mujer y trabajar con hombres” analicé el sufrimiento de muchas mujeres que teniendo una vida profesional óptima se sienten infelices por estar solas o tener problemas de pareja o familiares… por no disponer de tiempo para realizar aquello que conforta su espíritu y les hace crecer. Lo confiesan con pudor y remordimientos pues la sociedad les reprocha disponer de los ingredientes necesarios para considerarse exitosas, y por tanto felices. ¡Qué error! En aquel momento no conocía a ningún ejecutivo que se reconociera frustrado al carecer de una vida personal satisfactoria: si se acababa de divorciar, si no fructificaban sus relaciones, si sus hijos tenían problemas en la escuela o no se hablaba con la mitad de su familia, no importaba mientras alcanzase el ascenso y la subida de sueldo que buscaba. El patrón del éxito reproducía los vicios del patriarcado. ¿Conocí a mujeres a las que les afectaba? A todas. Por suerte hoy día si puedo hablar de hombres en cuyos logros pesan por igual la esfera pública y la íntima, y lo mejor… hablan de ello con naturalidad.
Contemplar el éxito como una escalera por subir,una suma de peldaños donde cada uno te llevaba a un sitio mejor, es algo nocivo a lo que han contribuido muchos sectores sociales, incluyendo la política. La del pelotazo, la de “he venido aquí para hacerme rico”. En cierto modo también esa psicología doméstica que empuja a la autoayuda y te anima a visualizar la vida como una lucha donde se gana batalla por batalla, donde conquistas el escalón superior con enorme esfuerzo y de ahí no te bajas, ya que descender al anterior supondría un fracaso.
Un día pregunté a Carmen Iglesias, académica de la Real Academia de la Historia, sillón E de la RAE, y conocida además por ser instructora del rey Felipe VI, si en ese afán humano de visualizar las cosas nos ayuda concebir la vida como una escalera y ella me aseguró que la historia demuestra nuestra ceguera, nuestro error, pues la evolución no implica un movimiento lineal sino que la existencia, como seres humanos y como humanidad, es pendular. Es decir, nos balanceamos de un lado a otro. Y yo añado que lo interesante sería obtener una enseñanza de cada una de esas oscilaciones para no repetir los mismos errores cuando toque volver a ella. En Guayaquil (Ecuador) existe un puente con forma de zigzag, denominado Paseo de la Juventud, que reproduce precisamente esa esencia de la vida.
En ese eterno zigzag saltamos de lo bueno a lo malo, de la fortuna a la mala suerte, del amor al desamor, con azarosa sorpresa. Me agrada mucho la metáfora de trazar puentes que nos unen más que fijarnos en los abismos que nos separan, pero sobre todo la certeza de que no existe percepción del éxito que se aleje de los valores humanos de este modo triunfa quien está en la vida para cuidarlos, reforzarlos y contagiarlos a los otros. El resto solo sirve para la ficción.
Si aún no sabes qué es para ti el éxito… cierra los ojos, conecta con tu interior y respóndete de forma sincera si te sientes responsable de tus decisiones, porque puedes descubrir que te están imponiendo una idea de éxito alejada de tu ser más profundo.
En realidad el éxito es alcanzar la paz interior.